9 de diciembre de 2022. Txetxu Ausín es científico titular en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y Presidente del Comité de Ética del propio CSIC. Sus áreas de trabajo son la ética pública, la bioética, los derechos humanos y la filosofía de las tecnologías disruptivas. Es autor de obras diversas sobre estas temáticas. El pasado 25 de octubre participó en la presentación del nuevo servicio de la Oficina Antifraude, DialÈtic, que ya está en funcionamiento.
Uno de los puntos en común que tienen la filosofía y el periodismo es que se hacen preguntas. En alguna intervención usted comenta que cuestionarnos es el motor de la evolución. ¿Por qué?
Porque tenemos que hacernos preguntas sobre los aspectos fundamentales de nuestra vida. La curiosidad, el preguntarse es algo esencialmente humano, no hacerlo es ir contra nuestra propia naturaleza y, además, siempre he pensado que la filosofía es hacer explícito lo tácito. Vivimos sobre muchos lugares comunes sobre los que nos tenemos que preguntar, interrogar, y a partir de ahí avanzar y cambiar. Creo que eso es algo esencial, esa curiosidad, ese intentar preguntarse por las cosas es esencialmente humano.
La filosofía, el periodismo y muchas otras profesiones se cuestionan y se preguntan, pero los tempos son distintos, usted es fan de la canción Despacito de Luis Fonsi. ¿Le puede explicar a la audiencia por qué le gusta tanto esta canción?
La verdad es que la canción es un ritmo machacón que nos atacó durante mucho tiempo hace unos años, pero me sirvió como excusa para hacer una crítica al tiempo acelerado en el que vivimos, un tempo en el que no nos permitimos hacer las preguntas importantes y reflexionar sobre las posibles respuestas. Eso requiere ciertas dosis de paciencia, de lentitud, la reflexión exige ese tiempo que ahora no estamos teniendo. Nos movemos muchas veces como pollo sin cabeza, nos cuesta parar, tomar aliento y hacernos esas preguntas a las que nos referíamos antes. Por eso reivindicaba una vida más atemperada, más despacito y, sobre todo, con tiempo para preguntarnos y para vivir también. Una de las características de estos últimos años no es solo la enorme revolución tecnológica, la transformación biofísica de nuestro planeta, sino el ritmo acelerado en el cual se producen esos cambios, que nos está costando asimilarlos. Por lo tanto, reivindico esa idea de lentitud que es necesaria para la vida cotidiana y para el pensamiento.
O sea, que el mejor antídoto para los “tiempos modernos” sería una reflexión pausada, y ¿le ponemos un poco de ética también?
Claro, porque además hacerse las preguntas de la ética, sobre el bien, sobre el deber, requieren precisamente un tiempo, una serie de espacios que deben propiciar esa reflexión. Creo que muchas veces se cometen errores y se trasgreden algunos valores o principios fundamentales por lo apresurado con que tomamos las decisiones y los proyectos. Necesitamos ese tiempo para que la reflexión ética también cuaje en nuestras acciones cotidianas.
¿Y esta reflexión ética también tiene que acompañar a las servidoras y servidores públicos?
Por supuesto, la función pública tiene una dimensión moral innegable, no solo porque a través del servicio público se desarrollan las políticas públicas que afectan a todos los ciudadanos. El filósofo Aranguren decía que “la moral es como nuestra segunda piel, con la que podemos acariciar o golpear también a nuestros semejantes y al entorno”. Por lo tanto, en tanto que servidores y servidoras públicos tenemos que ser conscientes de la dimensión moral de nuestra actividad, reflexionar sobre ella y analizar cuáles son los valores, los principios que están implicados y que debemos promover desde nuestro propio trabajo.
¿Usted aboga por una slow administration, una administración más pausada? Cuéntenos en qué consiste…
Consiste en llevar esa filosofía de la reflexión al ámbito de las políticas públicas. Políticas que a veces se adoptan de forma apresurada y poco reflexiva luego conducen a resultados que no son los que se esperaban, o incluso son negativos con respecto a la población. Con lo cual una slow administration requiere pensar bien los proyectos, analizarlos, no perder la oportunidad. Porque entiendo que a veces hay que tomar decisiones que pueden ser urgentes, pero en lo que se refiere al diseño de políticas públicas deberían tomarse con ciertos criterios de reflexión, teniendo en cuenta a todas las partes, a todos los afectados, a todos los interesados, porque eso después va a ser una garantía de su buena realización y de su buena aceptación también por parte de la ciudadanía.
¿Qué beneficios conlleva para la administración pública y, por lo tanto, para la ciudanía, esta manera de actuar de la slow administration?
En que los proyectos, las políticas públicas se hacen con un plan, se hacen de una manera más meditada teniendo en cuenta a todos los interesados, al conjunto de afectados. Sobre todo, tiene la ventaja de que una política pública bien diseñada a través de un proceso más reflexivo al final es mucho mejor a la práctica, y es mejor aceptada y apropiada por la ciudadanía. Muchas veces nos encontramos con proyectos con las mejores intenciones que al final provocan un rechazo, sufren retrasos, incluso no llevan a ninguna parte, eso es una pérdida de recursos públicos. La lentitud parece que pueda prolongar los procesos, pero no es así porque si son más efectivos a la larga resultan más útiles socialmente.
Antifraude apuesta por DialÈtic, un nuevo servicio en el que usted estuvo en el acto de presentación y nos dio una ponencia sobre la ética pública. ¿Qué le parece esta iniciativa de Antifrau, DialÈtic?
Me resultó muy grato estar en la presentación porque creo que es un paso más en el desarrollo de las políticas de integridad en las organizaciones públicas, porque tenemos una amplia experiencia ya en sistemas de integridad, en códigos éticos, en comisiones, en reflexiones teóricas, pero lo que hace falta es impregnar la cultura ética en las organizaciones. Para eso se necesitan herramientas, instrumentos, que permitan el acompañamiento y el desarrollo de este tipo de reflexión ética en una institución o en una organización. DialÈtic se plantea como esa herramienta para ayudar y acompañar a los servidores públicos en esa reflexión que es tan necesaria. Que no sea la tarea del héroe. Muchas veces identificamos el hacer ética como una heroicidad, y no, tiene que ser algo más cotidiano, que se base precisamente en el diálogo y en el aprendizaje compartido. Por eso creo que DialÈtic es un acierto y estoy muy interesado en seguir su evolución porque ofrece esa herramienta, ese instrumento para que los servidores públicos se sientan acompañados en esa reflexión compartida.
¿DialÈtic puede ayudar a evitar sesgos en las decisiones de nuestros empleados públicos?
Claramente, porque en la medida en que las dudas, las incertidumbres, los conflictos que puedan surgir se traten de manera colaborativa y participativa, con diferentes agentes, buscando el concurso y la ayuda de otros agentes externos, van a permitir que las decisiones y los proyectos estén menos sesgados, en la medida en que se ha favorecido la participación de más personas, más colectivos y más perfiles en una determinada problemática. Creo que es muy importante abrir esos espacios de diálogo para poder superar riesgos como pueden ser los sesgos en las políticas públicas.
Comentaba usted en la presentación de DialÈtic que en la aplicación de la ética pública se puede encontrar con algún obstáculo…
Es cierto, yo me refería a tres obstáculos que son ya tradicionales con respecto a la ética pública. Uno es minimizar la dimensión ética de nuestra actividad como servidoras o servidores públicos, y creo que es un error, porque a través de las políticas públicas se gestionan aspectos muy importantes de nuestra vida, desde la salud, el tráfico, infinidad de servicios públicos, ... Por tanto, la dimensión moral de esas actividades y la necesidad de reflexionar éticamente sobre ellas es innegable. Minimizar eso es un error.
Un segundo obstáculo es que la ética es una cuestión meramente personal, pero eso tampoco es cierto. Y más la ética de los individuos en una organización, que depende mucho de la cultura de la propia organización, de cuáles son los valores compartidos, el conjunto de creencias que se consideran mejores y peores. Eso determina mucho nuestra propia decisión moral individual, con lo cual la dimensión ética institucional es absolutamente importante y necesaria en un contexto de servicio público.
El tercer obstáculo es la judicialización, es decir, si hay un problema en un servicio público que se resuelva a través del código penal. Un error, porque al final hay muchos aspectos que no están recogidos en los códigos, en las leyes. La ética va más allá de lo estrictamente legal, además, cuando hay un problema en una institución pública y se llega a los tribunales el daño a la confianza ya está hecho, con lo cual restituir luego esa confianza es muy difícil. Estas iniciativas como la que ha tomado Antifrau con DialÈtic son preventivas, que buscan mejorar la calidad de los servicios públicos antes de que se produzcan los daños, los males. Para eso, llegado el caso está el código penal o el derecho administrativo, etc.
¿Cómo evitamos los sesgos que pueden llevar las decisiones de los empleados públicos que usan datos procesados a través de algoritmos?
Ese es uno de los grandes temas del desarrollo de la ciencia de datos y de la inteligencia artificial en el ámbito de las administraciones públicas. El uso de algoritmos y nuevas tecnologías puede simplificar y acelerar muchos procesos, puede ayudar a hacer políticas públicas mucho más atinadas. Pero hay que ser también especialmente cuidadosos, porque, por ejemplo, si los datos que utilizamos reflejan una sociedad en la que existen algunos sesgos, las aplicaciones y los sistemas los van a multiplicar. Por ello hay que ser especialmente cuidadosos a la hora de diseñar ese tipo de algoritmos. Tienen que contar con la participación de los afectados, tienen que ser revisados, no sólo técnicamente, porque los sesgos no sólo tienen origen técnico, sino también socialmente, con un chequeo previo. Sobre todo, también hay que preguntarse en qué sentido el uso de herramientas de inteligencia artificial aportan un plus en la gestión pública. Muchas veces estamos imbuidos en esa tecnofilia, que parece que lo va a arreglar todo, pero muchas veces lo que hace es multiplicar los posibles sesgos y encima provocar un gasto, que por otro lado se podría haber gestionado de manera tradicional. Con lo cual siempre preguntarse si es necesario, sobre todo cuando están en juego derechos sociales o derechos fundamentales. En esos casos hay que ser muy cautos, aplicar un principio de precaución y una vez que se desarrollan estos sistemas, que se hagan con mucha participación, que no dependan sólo de ingenieros o ingenieras, sino también de los colectivos afectados, de personas de la propia administración. Porque cuanta más participación exista, menos riesgo de sesgo habrá, sabiendo que los datos en nuestras sociedades están sesgados y que las inteligencias artificiales se alimentan también de esa realidad.